martes, noviembre 29, 2005

Meseros

A diferencia de lo que pasa en otros lugares, los camareros en Holanda no son, en su mayoría, profesionales. Esto es, no ves meseros viejitos, orgullosos de su oficio, que se conocen al dedillo los menús y te hacen recomendaciones. Los meseros holandeses no están orgullosos de serlo: no tienen ni la vocación, ni el oficio, ni el gusto, y para la mayoría es solamente un escalón, un trabajo que hacen los estudiantes o los jóvenes en tanto encuentran un mejor trabajo.
Sin embargo, he notado dos tipos: los que son dueños de los establecimientos y los que son simplemente empleados. Dentro de la primera categoría entran, principalmente, los restaurantes o bares pequeños, que no pueden costear una plantilla laboral y pues tienen que echar el hombro. Esto puede ser muy bueno, porque a pesar de que la atención sigue siendo malísima en términos mexicanos, muy tardada, al menos sabes que tu comida va a llegar en un lapso razonable de tiempo, y suelen ser muy simpáticos. El mesero principal de nuestro restaurante favorito, que creo que es socio del lugar, se acuerda siempre de sus clientes, sabe más o menos qué les gusta y trata de sacarte plática. Siempre nos habla sobre México y nos dice si nuestro amigo Jeff, quien nos llevó ahí por primera vez, ha ido recientemente e incluso nos dice qué es lo que comió, aunque nunca se lo hemos preguntado. Me imagino que sus pláticas con él son similares, sobre qué es lo que comemos nosotros. Le voy a preguntar.
Los restaurantes más grandes, o que son franquicias, emplean estudiantes, jovencitos. Como los salarios y las prestaciones son muy altas, por ley, hay pocos meseros y tienen muchísimo trabajo, y muchas veces optan por simplemente esperar a que el cliente se acerque. Si llegas a comer a lugares muy concurridos, las mesas suelen estar sucias y los ceniceros llenos, y tienes casi que rogarles por que te limpien tu lugar.
Cuando finalmente llega la comida, colocan los cubiertos sobre la mesa que acaban de limpiar con un trapo sucio o simplemente sacudieron. Luego traen tu plato, y normalmente te dan solo una servilleta. Pero, ¿sabes en dónde está la servilleta? ¡Debajo de la comida! Si pides un sandwich, la servilleta va a estar abajo, ya manchada por el contenido del sandwich. Si lo que ordenaste es una sopa, la servilleta estará entre el plato extendido y el plato hondo, y si el camarero tiene mal pulso va a estar mojada. Esto es muy común. Tengo la teoría de que la verdadera función de las servilletas holandesas es cuidar que los platos se ensucien menos, antes que procurar que el cliente se limpie.
En el otro extremo, un día fuimos a comer, con un empresario, a un restaurante con dos estrellas Michelin. ¿Son estrellas o tenedores? No me acuerdo. El caso es que era un lugar espectacular: estaba junto a un canal, bajo el nivel del agua, de tal manera que podíamos ver las lanchas a la altura de las mesas. La comida fue muy buena, los precios fueron razonables dado que no los pagamos nosotros, todo muy elegante. Lo que no entiendo de este tipo de restaurantes es la costumbre de contratar meseros con cara de niña. Me explico: te asignan, desde que llegas, tu propio mesero que suele ser una especie de Leonardo DiCaprio amanerado, con cejas depiladas, peinado de salón de belleza y todos los etcéteras que se definen últimamente como ser metrosexual. Están al pendiente de la mesa de tal suerte que no puedes casi ni tomar la mantequilla porque Leonardo estaría buscando ya cómo embarrarla. Y así, un ejercito de Leonardos que se forman en fila para saludarte, servirte, despedirte. Todos con su traje bien cortado y aire de que están buscando un novio sensible y comprensivo, que necesite mucha atención.

jueves, noviembre 24, 2005

Cena en Amsterdam

La conferencia fue todo un éxito. En cuanto terminó de hablar, cuatrocientas personas nos levantamos como una, y el aplauso –verdadera ovación-, duró casi cinco minutos, todo el público de pie. Las filas de la gente que querían tomarse una foto, darle un abrazo, pedirle que les firmara un libro, eran inmensas, y estuvo más de una hora siempre con una sonrisa o un comentario amable para todo mundo.
Al final la salida fue discreta. Todos nos despedimos, pero noté una seña de S. –Ustedes no se van. Vienen a cenar con nosotros. ¿Cómo ves?
Salimos de la sala, nos seguimos despidiendo de la gente y, ya con las indicaciones de qué restaurante era, fuimos a poner monedas en el parquímetro de nuestro coche. Era una noche fría, y la calle estaba tranquila. Esa zona de Ámsterdam comienza a llenarse de gente alrededor de medianoche. Caminamos, pues, por la calle desierta, emocionados y a la expectativa ante el hecho de que íbamos a conocer al último de los grandes, a uno de los mejores y más reconocidos escritores de nuestro país.
Llegamos al restaurante, tomaron nuestros abrigos, y cuando dijimos con quién íbamos nos guiaron a la planta alta, que estaba vacía excepto por una mesa para diez personas.
Comimos y bebimos. Estudiamos el menú exhaustivamente, y la selección de platos fue excelente. Al primer tiempo, comí un risotto con mejillones en salsa de sepia con espuma de azafrán, y posteriormente un plato de coquilles a la parrilla. Creo que él pidió lo mismo, además de un postre que se veía brutal, lleno de frutas y helado. Discutimos de política, de historia, de religión, nos platicó de su reciente cena con un expresidente, de su pelea con un secretario de estado, recordó sus tiempos en París y nos dijo cómo el Himno Nacional de México es perfectamente compatible con la Marsellesa. Lo soltó al azar, no sé si esperando que alguien le preguntara en qué sentido, pero yo lo hice. Entonces se puso a cantar, la Marsellesa, completa, con la tonada de nuestro himno. Luego hizo lo propio con el Himno Nacional. Yo me doblaba de la risa. Contó indiscreciones de medio mundo, pero siempre cuidando de no incomodar a su esposa.
Ella es encantadora. Una mujer madura, con una figura de veinteañera, sumamente agradable, culta y con un excelente sentido del humor. Una pareja deliciosa.
Puse atención, por supuesto, a todo lo que iba platicando. Pero no podía evitar transportarme veinte años atrás, cuando leí su primer libro. De ese libro recuerdo, más que nada, el prólogo. En él, se contaba la revolución que había armado cuando llega a México, en los años cuarenta. Todas las madres querían que saliera con sus hijas, tenía siempre el comentario apropiado, era el que más sabía y más había estudiado sobre México. Incluso en aquella época, de los grandes salones de baile en la Ciudad de México, no podía soportar no ser el mejor bailarín, y lo era. Cuándo les platiqué todo esto, su esposa se moría de la risa. Aparentemente no sabe bailar, y los prólogos a sus libros los escribía ella.
Era muy tarde cuando salimos del restaurante. Nos despedimos con un abrazo, yo estaba muy emocionado y Patricia también. Al final el mesero me pasó, junto con mi sombrero, un abrigo que me puse y sentí un poco apretado. Cuando nos dimos cuenta de la confusión, me lo quité y lo devolví. Me hubiera convenido el cambio. Era de buena marca, y no cualquiera le roba un abrigo a C. F.

sábado, junio 25, 2005

Sindrome de Estocolmo

De Wickipedia (http://en.wikipedia.org/wiki/Stockholm_syndrome):

"The Stockholm syndrome is a psychological state in which the victims of a kidnapping, or persons detained against their free will – prisoners – develop a relationship with their captor(s). This solidarity can sometimes become a real complicity, with prisoners actually helping the captors to achieve their goals or to escape police.
The syndrome develops out of the victim's attempts to relate to his or her captor or gain the kidnapper's sympathy."

Hay veces en que, después de leer las noticias sobre México, las declaraciones de los representantes de las fuerzas políticas, los índices de inseguridad y las historias de terror que, de tanto ser contadas de primera mano desplazan a cualquier leyenda urbana, me pregunto si el fervor patrio puede convertirse en un verdadero caso de Síndrome de Estocolmo.

jueves, junio 23, 2005

nooit

hoy encontré una nueva palabra. nooit. significa nunca, jamás.
a veces estoy platicando con la gente, viendo la televisión o en el cine y de repente una nueva palabra brinca, brota, me encuentra.
yo la tomo entre mis brazos, la acaricio y la atesoro. trato de atesorarla.
el tiempo, aliado con mi lengua madre, trata de robármela.
algunas veces lo consigue.
he decidido cuándo eso volverá a suceder.
nooit.

domingo, marzo 28, 2004

Juliana

El sábado pasado, veinte de marzo, murió Juliana, Princesa de la casa de Oranje, a los noventa y cuatro años. Durante la segunda guerra mundial, estuvo en Canadá con sus hijas, pero cuando regresó, a los pocos años su madre, Wilhelmina, abdicó a su favor.

Vivió épocas difíciles para el país, como la pérdida de las colonias y la reconstrucción y modernización del mismo. Durante su reinado, la gente la quería tanto que los partidos que querían convertir el país en una república tuvieron que desistir de esa idea, y la casa real continuó como estaba. En los ochentas, creo, abdicó a su vez a favor de su hija, Beatriz.

Hacía sus compras en el supermercado local, iba a todos lados en bicicleta y mandó a sus hijos a la escuela pública. Fue una holandesa como cualquiera, y por esto su pueblo la quiso como a ninguna.

Se anunció en las noticias que el palacio real quedaba abierto al público que quisiera ir a despedirse de su reina.

El viernes pasado Patricia y yo fuimos a una tienda de libros antiguos de la que nos hemos hecho habituales, y nuestra amiga, la dueña de la tienda, nos contó que tenía muchas ganas de ir a ver a Juliana, pero que no había podido. Esperaba ir ese mismo día, y le causaba ilusión ver el cambio de guardia.

Nos vendió, como siempre, lo que quiso. Y además, una fotografía original de la coronación de Juliana, publicada por la Associated Press en los años cuarenta, sellada por la agencia. Nos contó que cerraban el palacio hasta las diez de la noche, y que en ese momento era casi seguro que no habría gente.

Pues fuimos. En efecto, casi no había gente, pero hicimos una fila de hora y media en la calle, a tres grados centígrados. No me quiero imaginar cuando estaba lleno. La gente llevaba flores y velas, para poner en el camino del palacio. Había niñas repartiendo chocolate caliente entre la gente, y se respiraba un clima de solemnidad imponente.

A la entrada del palacio, en el patio, había una guardia de militares con antorchas y uniformes de gala. El cambio de guardia fue realmente impresionante. A la entrada, más flores, las de los organismos y embajadas (las de los scouts marinos holandeses en un lugar prominente), y luego, tras pasar varias salas totalmente blancas, con mármol por todos lados, una pequeña sala donde estaba el féretro cubierto por una bandera holandesa. A los lados, seis militares con uniformes diferentes, mayores, y llenos de medallas. Imperturbables.

Salimos conmovidos por el dolor del pueblo, que fue masivamente a despedir a su reina. Que se va a volcar a las calles el próximo martes a ver la procesión. Que se apresuró a poner la bandera nacional afuera de sus casas, para inmediatamente arriarla a media asta. Que pusieron la foto de su Juliana en las ventanas, con pendones negros. Que está consternado, y que nadie se atrevería a hacer un solo comentario fuera de lugar. El primer ministro, en su mensaje a la nación, dijo que el país había perdido más que una reina, una madre. Era lo menos que podía decir. El pueblo está adolorido, y sabe que tiene razón.

Lamentablemente es un dolor que nosotros no podemos entender. En primer lugar, porque en México no tenemos monarquía.

En segundo, porque no tenemos una sola figura pública respetable.

miércoles, marzo 24, 2004

Tolerancia

Todos los martes, a las nueve y media, hay una función de cine que se llama 'Sneak Preview'. Esto es en Scheveningen, que es la zona del puerto. Sneak Preview consiste en que nadie sabe qué película se proyectará, pero se tiene la certeza de que es una premiere, que se estrenará en un par de semanas. Esta es una jugada inteligente de la empresa: al tener una muestra heterogénea de clientes, y darles a llenar una encuesta, se puede medir cuál será la aceptación de la cinta.

Patricia y yo estamos encantados con el concepto. Tratamos de ir cada martes, y lo único que preguntamos en caja es si la película desconocida es hablada en inglés u otro idioma -obviamente una película hablada en holandés o en otro idioma que no sea inglés o francés sería absurdo verla, no le entenderíamos en absoluto.

Estoy convencido de que algo no funcionó correctamente, al menos para esta función. Desde que llegamos, vimos un porcentaje mayor al habitual de personas de color -siempre hemos tenido la duda: ¿qué es lo políticamente correcto? ¿'afroeuropeos'?-, sobre todo teniendo en cuenta que el cine no está en una zona frecuentada por estas personas. Nos sentamos, con el gusto por las sorpresas que nos caracteriza, cuando después de unos cuantos 'trailers' comenzó la película. Esta tenía por título 'Honey', y trataba sobre la lucha de una bailarina afrolatina, que habita en el neoyorquino barrio del Bronx, para poner una academia de baile que ayude a los niños pobres a transformar su vida. La vida de los propios niños, no solo de la bailarina. Lo siento mucho si alguien está interesado en verla y hubiera preferido que no contara el final, pero el caso es que, tras varios números musicales con bailes en grupo; el desfile de los que después me enteré que eran rutilantes astros de la escena 'hip hop'; la afirmación de la honorabilidad y decencia de la bailarina, quien resiste las intenciones carnales de su 'manager'; y un agrio conflicto entre la protagonista y su propia madre, quien no la entiende y, obcecada, pretende que se prepare y salga a conocer el mundo, termina en brazos del peluquero del barrio y consigue, por fin, ayudar a su comunidad.

Sé que no tengo los medios para poder apreciar este tipo de películas, pero el caso es que no la disfruté. Ni siquiera lejanamente. No me gustó. Estuve pensando en proponerle a Patricia que nos cambiáramos de sala -los corredores de los cines a esa hora seguramente estaban vacíos, y podríamos entrar a la película que comenzaba veinte minutos después-, pero no lo hice. En cambio, y entre las risas de los espectadores, que estaban disfrutando realmente de la película, gozando con cada chiste y a punto de levantarse a imitar las coreografías, me puse a pensar en cómo nos faltó la educación en la tolerancia.

Tolerancia. Respeto. Apoyo. Comprensión. Lo más que nos enseñaron en la escuela fue que 'el respeto al derecho ajeno es la paz', pero como una frase hueca, sin enseñarnos nunca ni cuál era el derecho ajeno ni cómo había que respetarlo; además, la frase fue supuestamente acuñada por un indígena oaxaqueño, siendo que para desgracia mía y de mi generación, la palabra indígena, usada como adjetivo, tiene un sentido peyorativo. Y ni hablar de todos los chistes y expresiones en los que malamente se hace mofa de 'los negros'.

Ahora que veo las cosas con más perspectiva me doy cuenta de que nos falta mucho por hacer. Me falta ser más tolerante, lo reconozco.

Sin embargo, no me gustó la película.

lunes, marzo 22, 2004

Perros

¿Por qué no vienen a cenar?

Patricia tenía un compromiso a las diez de la noche: debía ir a recoger a una embajadora mexicana a la estación de trenes. Sin embargo, la cena era a las siete de la noche para terminar temprano, por lo que, previa advertencia de que nos teníamos que ir alrededor de las nueve y cuarenta y cinco, aceptamos.

La velada fue encantadora. En casa de una diplomática australiana, con unos amigos de la embajada estadounidense. Tuvimos que preparar un guacamole, que les fascina desde una vez que los recibimos en casa; la anfitriona cocinó y nos ofreció vino australiano, que cada vez que lo probamos nos ofrece nuevas sorpresas.

A los postres, café y lemoncello. Patricia y yo bailamos un par de piezas (Gershwin, por supuesto), platicamos un rato más y nos fuimos.

Al llegar a casa, y después de que Patricia fue a la estación, le di de cenar a Meche. Después, y para cumplir con el ritual, el paseo de antes de dormir.

Era la hora de los perros. Los holandeses sacan a sus chuchos a pasear por última vez alrededor de las diez y media de la noche, y es interesantísimo ver la interacción del amo con su perro. Estos no ladran, no se cruzan la calle, no comienzan a correr en cuanto salen de la casa, no se pelean con los demás. Es verdaderamente increíble. Sé que es una generalización y por lo mismo es incorrecta, pero parece que le dedican más tiempo a la educación del animal que a la de sus propios hijos -que no se bañan, gritan todo el tiempo, fuman desde los doce años, traen la ropa a jirones.

Para nosotros, mexicanos, acostumbrados a que los perros rara vez son sacados a pasear, y mucho menos tres o cuatro veces al día, sin correa, este comportamiento es francamente asombroso. Y la industria desarrollada alrededor de los animales es enorme, y ni hablar de la cultura. Es impensable salir con el perro sin traer las respectivas bolsas de plástico para levantar los desechos. Las perras en celo tienen que ser sacadas a pasear a lugares en los que no sean peligrosas para otros perros -se ha dado el caso de que los machos huelen a la hembra en celo, corren tras de ella y son atropellados; gran irresponsabilidad del dueño de la perra-, hay lugares especialmente señalados en que los perros no pueden andar sin correa, y en prácticamente todos los restaurantes se admiten perros. Insisto: no se pelean unos con otros, no tiran de la correa, no hacen estropicios.

Meche, que aunque es holandesa y ha ido a escuelas holandesas, convive todo el día con nosotros, mexicanos, tal parece que ha ido adquiriendo el temperamento mexicano y no hace mucho caso. Es la vergüenza de su clase, en términos locales. Aunque los dueños holandeses de perros se asombran de que sea tan independiente, y nos envidian un poco. Nosotros pensamos que es una perra que tiene lo mejor de los dos mundos.